Kandahar: Cruzando la «tierra de nadie» hacia Mauritania

SAHARA OCCIDENTAL – KANDAHAR – MAURITANIA
CRUZANDO LA TIERRA DE NADIE

 

Tras cientos de kilómetros de indómito desierto, el último tramo de Sahara Occidental se sucede repetitivo, como kilómetros anteriores.

La aduana fronteriza para abandonar territorio marroquí está inusualmente desértica. Quizá se debe al Ramadán, o a que el sol ya escupe fuego bien alto sobre nuestras cabezas.
Recuerdo el último cruce de frontera con Kali, el mauritano. Habíamos recorrido los últimos 500 km, desde Dakhla, conduciendo durante toda la madrugada y al llegar al puesto policial varias decenas de coches guardaban cola entre el trasiego de personas y el jolgorio propio de lugar.
Estaba muy cansada porque conduje durante gran parte del trayecto en la oscuridad del Sahara, pero la emoción por atravesar la tan mencionada “tierra de nadie” me seguía manteniendo fresca a pesar de los kilómetros acumulados.

 

 

Cruzamos unas palabras con la policía y otros viajeros dispuestos a lo mismo que nosotros. Un par de estampas en nuestros pasaportes y fuera. Estábamos oficialmente, una vez más, en territorio “libre”.

Ningún cartel reza “Kandahar” y nadie te da la bienvenida a este pedazo de terreno.
Un tramo entre Sáhara Occidental y Mauritania en el que confluyen decenas de historias errantes muy dispares en apenas 3 km de longitud.

 

 

 

Desde el viajero sediento de aventuras que se dispone a cazar anécdotas y experiencias a través de la ruta Transahariana Atlántica, como servidora, hasta el mauritano que emigró a Europa y vuelve a visitar a la familia. Pasando por el camionero que transporta mercancía en su tráiler, el del contrabando que hace de ese pedazo de tierra sin ley su oficina de trabajo, o el senegalés, gambiano, guineano… con sus fatigados coches cargados hasta la bandera de regalos y artículos procedentes de Europa para regalar y vender en sus países de origen.
O el mauritano conocedor de ambas tierras que deambula de una aduana a otra ofreciéndose como ayudante para rellenar la correspondiente documentación de acceso a sendos países, e incluso como guía.

Y entre todos ellos, en algunas ocasiones y generalmente camuflados, encontramos quizás algún inmigrante ilegal que anda varado en ese limbo qué es Kandahar porque ni Marruecos y Mauritania los deja acceder a sus territorios por ir indocumentados.
Y es que por eso es conocida Kandahar, o al menos así la conocí yo cuando decidí buscar información en internet hipnotizada con mi idea romántica de atravesar esas tierras (romántica-aventurera, obviamente, pues no es una playa de Bali ni de la Riviera Maya. Nada más lejos de la realidad…) y todo lo que encontré fueron un puñado -de cientos- de noticias hablando del conflicto Argelia – Marruecos. De ocupaciones, de Frente Polisario… Y de esos inmigrantes indocumentados atrapados. Ya fuera en boca de periódicos online de copia-pega, o de la mano de periodista freelance o conocedores del lugar, con más fuentes y mejor documentados, como el mismísimo Pepe Naranjo

De cualquier forma, mi ideal edulcorado de aquel lugar seguía en mi mente. A pesar de lo turbio que se respira en el ambiente, yo era feliz cruzando Kandahar entre el polvo y la arena que entierra coches desvencijados y televisores reventados. En el trasiego de vehículos y personas y las advertencias de no salir de la pista por el peligro que suponen las minas antipersona, que minan, valga la redundancia, aquellos terrenos.

Cruzar Kandahar era volver a Mauritania. Era seguir en ruta. Continuar viajando. Significaba aventura y adrenalina. Combustible para el espíritu nómada que habita en mí.

 

 

Un rato más tarde, con los pasaportes sellados y los papeles del coche en regla, ya estábamos camino de Nuadibú parados en uno de los cuatro controles policiales y militares  que controlan el paso a la ciudad.
Kada charla con la policía mientras revisan la documentación. Un grupo de ovejas esperan bajo el sol, inmóviles, a ser compradas, mientras sus pastores dormitan a la sombra de una casucha medio derruida al costado de la carretera.

Y yo, como en el control policial anterior, me peleo con un puñado de moscas que han entrado por la puerta al bajarse Kada.
Trato sin éxito de sacarlas por la ventanilla a golpe de mapa, pero cada vez que la subo y bajo entran más y más. Las hay por centenas.

 

Pienso en lo ridículo que debe verse la situación desde fuera y sigo espantando moscas a carcajada limpia hasta que aparece él. Con su inconfundible rugido de metal. Lento pero constante: “chas-chas-chas-chas”, me hipnotiza con su cadencia.
Es el famoso tren de hierro…

“Chas-chas-chas-chas” sigue pasando ante mis ojos con sus 3 km de vagones pesados, en los que se aprecian ya las cabecitas de los viajeros polizones que se adentrarán sobre su lomo en el Gran Sáhara “chas-chas-chas-chas”,
“cómo sería viajar ahí dentro…”

 

Y mi cabeza empieza a maquinar…
pero eso ya es otra historia.

 

 

 

Carretera y manta: sin fronteras (transahareando)

Este post forma parte de una serie temática llamada «Carretera y manta: Transahareando sin fronteras»
Empezó con una frontera cerrada y un viaje que se esfumaba, y finalizó con un gran viaje inesperado, salvaje e inolvidable.

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