Abéné nos recibió con un atardecer entre brumas sobre el mar, con uno de esos soles color africano… -sí, ese rojo anaranjado que viene a tu cabeza cuando digo “atardecer africano”-
Oscureció pronto allá donde nos alojábamos, en una casita redonda con techo de madera, junto al mar, y a unos 15 minutos caminando del pueblo.
Con el sonido de las olas y sin corriente eléctrica, el cielo estrellado era aún más sobrecogedor.
La primera noche fuimos hasta el pueblo para buscar comida y allí tuvimos la gran suerte de coincidir con una boda.
Ni la estridente música en vivo, ni los simpáticos niños que correteaban a mi alrededor, ni el vertiginoso ritmo de la percusión, ni tan si quiera los dos bailarines de danza africana profesionales, pudieron llamarme más la atención que las mujeres de la fiesta.
Embutidas en sus estrechísimos trajes de colores chillones, con sus culos respingones y sus pechos exuberantes sobresaliendo sin pudor por el escote… vibraban, brincaban y sacudían mucho más que la tierra que pisaban, repisaban y golpeaban con sus pies, una y otra vez con fuerza.
Sacudían nuestras miradas, y sacudían su represión como mujeres. Sacudían los pre-juicios que teníamos los “no prejuiciosos” sobre el comportamiento de una mujer musulmana africana. Por que si, porque en la maleta cargamos prejuicios, buenos o malos, sin darnos cuenta.
Sacudían su libertad DANZANDO, y hacían con ella lo que querían.
Algunas se remangaban la falda para tener más libertad de movimiento, dejando al descubierto parte de sus piernas.
Los hombres también bailaban. Mezclados todos, ellos y ellas, y retándose en movimientos y saltos imposibles, expresión de la lucha entre sus culos que apuntaban bien arriba en cada salto, y los hacían casi flotar, y los pies que regalaban toda su energía al suelo. PURA DANZA AFRICANA.
Vibraban ellos y ellas, y vibrábamos nosotras al mirarlos.
No puedo borrar aquella escena. Aquella mujer. Si bien todas bailaban impresionantemente bien, ella sobresalía.
Era bajita, considerablemente mas que las demás, y menos voluminosa que las otras. Pero su danza era espectacular. Hipnotizaba con sus movimientos y hacía sombra a cualquiera que se le acercara.
Llevaba un traje africano de 2 piezas. Colorido y estrecho y un pañuelo a juego, con varias vueltas sobre su cabeza. Anudado arriba, estilizando su figura. La falda remangada, descalza.
Volaba. Juro que volaba.
Y si no lo hacía es que me hipnotizó y ya solo la veía saltar con ritmo tan preciso, como no vi a nadie hacerlo nunca en mi vida.
Me acordé de Cyntia y de Mirta, allá donde estuvieran cada una, si hubiesen vivido este momento conmigo no habríamos tardado en zambullirnos entre la gente y sincronizarnos con su ritmo, como ya hacíamos hace años en Granada, en nuestras clases de danza africana con Mario…
Y aunque fueron bonitos los días tranquilos en Abéné, los paseos por el mar, los baños matutinos mientras recogíamos coquinas, y los jardines del pueblo, animados con percusión… no me saco de la cabeza aquellas mujeres desafiantes a todo, mostrando orgullosas sus movimientos, sin temor ni miedo a ser criticadas ni tachadas “de”…
Quizás esto sea lo normal. Para mi, sin duda, lo es. Pero después de mis años en Marruecos, viviendo en zonas mas conservadoras algunas fiestas de danza entre mujeres, haciendo vibrar las caderas sin cesar, que terminaban en el justo momento que se asomaba una mirada masculina curiosa, por pudor, vergüenza o miedo…
Ver esta danza de libertad me sorprendió y reconfortó.
Ver a hombres y mujeres en el mismo especio celebrar y compartir algo tan mágico como la danza y la expresión corporal… es algo muy bonito. Me di cuenta que hacía tiempo que lo echaba de menos.
Sé que en muchos rincones de Senegal (y del mundo entero), muchas mujeres siguen teniendo un papel secundario aún, en una sociedad patriarcal, pero verlas danzar con furia y energía, libres en sus movimientos, me reconforta.
Agradecida estoy de encontrar y vivir estas escenas en el camino.
Y si algo estaba mal en su naturalidad sin falsa moral ni intención, y si hacian daño a alguien, que venga Dios y lo juzgue. Que yo no soy quien…
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Soy Alicia , el alma nómada tras las lineas de este humilde blog.
Mi curiosidad hacia el mundo me llevó a viajar por a África.
En Marruecos descubrí mi pasión por el desierto, y me fui a vivir entre dunas.
También emprendí y pasé de nomadear en solitario, a formar una familia viajera intercultural.
Criando y viajando, entre dos tierras, por le mundo. Con raíces y alas.
Tengo una agencia de viajes (www.tourpormarruecos.com). Fotografío y escribo.
Alucinante <3 He tenido la Suerte de visitar Abéné tras conocer su existencia por tu parte, y ahora, releyendo este post que ya leí en su día y que casi no recordaba, me doy cuenta de que no puede describir mejor las sensaciones que he vivido allí también. Gracias, Alicia por narrarlo tan fielmente y animo a todos los lectores, así como tú lo haces con tus lindas palabras, a visitarlo. Yo, ojalá pueda volver pronto contigo. Inshallah. Muchos muchos besos 😘
Me alegro que Abéné te gustara tanto como a mi! Ese sitio tiene un algo mágico!
La próxima contigo 🙂
Gracias como siempre por pasarte por aqui <3
Qué chula la descripción!!!
He llegado a ella tras tu comentario en mi blog y me ha encantado!
Muchas gracias y a disfrutar del mundo!
http://diariodeyaiza.blogspot.de/
Me alegra que te haya gustado Yaiza! mas habiendo estado tú también en Abene.
Un saludo!!