Nadando con mantas gigantes: De Lombok a Flores en barco II

 

 

De Lombok a Flores en barco

Este post forma parte de una trilogía:

1ª parte:
Saltando de isla en isla: De Lombok a Flores en barco I

2ª parte (actual):
Nadando con mantas gigantes: De Lombok a Flores en barco II  (estás aquí)

3ª parte:
En tierra de dragones de Komodo. De Lombok a Flores en barco III

 

El sol sale en silencio una mañana mas. Las aguas permanecen calmas y el braco oscila dibujando semicírculos de 180 grados en las orillas de Laba Island.
Es el tercer día de nuestra ruta desde Lombok a Flores en barco

 

En ayunas, trepamos a uno de sus picos mas altos por la senda desgastada sobre la cresta, a causa del trasiego de visitantes. Aun así, la isla permanece salvaje y virgen.
Desde arriba, nos regala una impresionante panorámica del entorno, abriendo una paleta de colores de diferentes tonos de azul, verde y ocre, ante nuestra mirada embelesada.

Descendemos por su ladera, sorteando matorrales, y regresamos al barco para continuar la travesía en busca de mantas gigantes.

 

De Lombok a Flores en barco. Laba Island

 

Cuando llegamos al “manta point” todos corremos de un lado a otro del barco siguiendo la sombra de las mantas juguetonas que parecen no querer dejarse ver.

 

Quizás hubo algún momento en el que pensé que aquello sería como el día que quise ver ballenas en Islandia, y lo único que conseguí avistar fueron colas de ballena en la lejanía y la estela del agua que las mismas dejaban al desaparecer en la profundidad del océano.
Y tal vez fue por esa incredulidad por lo que me lancé al agua sin pensar demasiado.
Pocos minutos después de que el barco frenase en mitad de la nada, en medio del mar, yo solo recuerdo bucear desesperadamente tras usa sombra lejana. Cámara sumergible de Patri en una mano, ella a mi lado, y sin acertar a grabar nada en concreto, mas concentrada en nadar que en buscar un buen ángulo de vídeo.

Por eso, cuando la raya casi imperceptible que perseguíamos se dio la vuelta para nadar en nuestra dirección, me recorrió un escalofrío desde la cabeza a mis pequeños pies, que aleteaban frenéticos sin acertar a dar la vuelta y huir de aquel inofensivo bicho, que no por ello dejaba de imponer un gran respeto.
Recuerdo perfectamente su boca abierta, a solo unos metros de nosotras.

Haciendo caso omiso a nuestra persona, siguió su nado bajo nuestros cuerpos, y ya con más confianza, volvimos a nadar entre ellas, y disfrutar de la experiencia.

 

 

De Lombok a Flores en barco. Mantas gigantes
Momento en el que nadamos detrás de la manta

 

De Lombok a Flores en barco. Mantas gigantes
Momento en el que nada ella hacia nosotras

 

Entre charlas en la cocina e intentos de ver una película desde la monótona y ruidosa sala de mandos, vamos simpatizando con la tripulación del barco, y estrechando la convivencia con ellos. Aprendiendo de su cultura, conociendo sobre su trabajo y forma de vida. Pasando de isla en isla… en algún rincón del mar de Flores.

Hablamos de las familias que se encuentran lejos, algunos muestran orgullosos sus fotos, aunque son jóvenes, muchos de ellos ya tienen hijos. Otros desvelan sus proyectos y sueños.
Afuera, la mayor parte del grupo bebe cerveza, toma el sol y juega a las cartas.

 

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Y llegamos a “pink beach” (O red beach), una playa ubicada en una zona de fortísimas corrientes (que casi nos dan un susto y llevan a alguno de vuelta a Lombok)
Hacemos snorkel, jugamos con la arena, que al moverla coge un tono rojizo, y continuamos la travesía hasta la isla de Komodo.

 

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No será hasta el día siguiente cuando accedamos al parque en busca de los temibles dragones de Komodo. Esta noche dormiremos en el barco, frente al único poblado habitado de la isla.

 

El pueblo de Komodo

Cuando el barco ancla a un escaso km de la costa, aun es de día.
El plan del grupo es descansar, seguir bebiendo cerveza y jugar a las cartas. Pero Antonio, nuestro guía y responsable de todos los pasajeros y tripulación, nos ofrece al pequeño grupo restante, acompañarlo al pueblo para dar un paseo.
Sin dudar aceptamos. Y tras pagar un puñado de monedas a un pescador de la aldea, nos cruzan a tierra firme.

El pueblo es pequeño, sus gentes cálidas y acogedoras. Todo son sonrisas e intentos de interactuar con nosotros, ya sea en un inglés muy básico o en su propia lengua.
La vida aquí parece sencilla: casas de madera humildes, construidas sobre pilares, también de madera, y escaleras de peldaños huecos para acceder a ellas.
Todo por los dragones. Aunque no tienen miedo, nos dicen, hay que tomar algunas precauciones. Y hasta allí no trepan.
Yo me quedo pensando que si trepan a los árboles cuando son bebés y permanecen allí encaramados sus primeros años de vida, para evitar ser comidos por otros dragones adultos, esos bichos salvajes pueden llegar donde les plazca. Pero me aseguran que no es así.

 

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El sol comienza a descender lento y a su marcha le sigue la llamada a la oración de la mezquita.
Los sonidos de antes del ocaso me resultan familiares. Los escuché ya en otros lugares, en rincones apacibles del mundo, donde la vida transcurre a fuego lento. Komodo es uno de ellos.
Madres llamando a sus hijos. Un grupo de voces masculinas vociferando en un tono característico de partido de fútbol. Niños felices, chillando, riendo, jugando…
Un hombre que arregla su barca, cabras que balan y gallinas que cacarean de vuelta a su corral.
El imam termina la llamada.

La oscuridad se hace mas latente y se va tragando todas las imágenes dejándonos intuirlas por sus sonidos, que permanecen un largo rato, mientras nosotros vamos de retirada al barco.
La oscuridad y los dragones, reinan ahora en Komodo.

 

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4 comentarios en esta entrada

  1. Orgulloso de haber compartido este viaje contigo y poder revivirlo después de un año y medio gracias a tu blog. Deseando de volver a compartir experiencias viajeras y que las plasmes con tus palabras. Hurra!!

    1. Y tanto Jesus!
      Que recuerdos… en unos días la 3ª parte… DRAGONES!! 🙂
      Sin duda, este viaje no habría sido igual sin vosotros!

  2. Que lindo viaje y que emocionante historia!
    Nadar entre rayas gigantes tiene queser una super experiencia. No se si sería capaz!
    Y que hermoso paseo por Komodo. Yo,entre quedarme en el barco y recorrer un lugar y tomar contacto con sus gentes, habria elegido el paso tambien!

    Cuéntanos mas!

    1. Hola Maru! Gracias por pasar por aquí!
      Eso pensaba yo también, que no sería capaz de nadarentre mantas gigante, y lo hice (aunque reconozco que en parte me dio respeto..)
      El viaje en su totalidad fue increible, desde los paisajes, al buceo, los dragones de Komodo…
      Muy recomendable.

      Un saludo. Nos leemos!

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