El lenguaje del desierto. Nomadas

Son curiosas las diferentes formas de mirar el desierto entre unas personas y otras.
Probablemente, en un principio, la mirada de un viajero no irá más allá de admirar y asombrarse ante el paisaje que tiene delante. Pero detrás de todo ese escenario, el desierto habla y nos revela mucho acerca de su historia remota y reciente.

Gracias a ello podemos saber la época en que la zona empezó de desertificarse, en la que emergieron sus relieves, antigüedad de las piedras y fósiles, en qué dirección sopló la última tormenta, que animales rondaron a tu alrededor, y mucho más…

Es ahora, cuestión de unos meses, que inconscientemente comienzo a observar las señales del desierto y ando analizando huellas “invisibles” allá donde voy.
En parte influye el hecho de que un día me perdiera en medio del mismísimo desierto…
¿Será que empiezo a desarrollar mi 6º sentido nómada?  🙂

 

 

 

 

Mohamed se crió con su familia nómada.
Como buen pastor, aprendió desde muy pequeño a descifrar el lenguaje del desierto, primeramente de la mano de sus mayores, para después poner en práctica por si solo todo lo aprendido.


La especialidad de Mohamed son las huellas.
Es capaz de diferenciar el rastro de todos los animales que han pasado, tanto por la arena del desierto como por la hammada. De donde vienen y hacia dónde van, si corrían o caminaban despacio, o hace cuanto pasaron.
Del mismo modo que era capaz de diferenciar entre las diferentes huellas de toda su familia, amigos y vecinos que vivían cerca de él.
Gracias a este instinto tan desarrollado, lograba encontrar a los dromedarios despistados cuando pastoreaba, o era capaz de advertir peligros tales como serpientes o escorpiones que habían pasado cerca del lugar donde dormían.
Incluso en alguna ocasión sirvió para cazar a algún listillo que andaba robando por la zona.

Un día en mitad de la hammada -desierto pedregoso- me dijo:
– Ahí ha muerto un dromedario, se lo han llevado por allí – me señaló con el dedo al horizonte, a nuestra izquierda.

Íbamos en el coche, y yo salté del asiento de copiloto buscando al dromedario muerto.
Por más que miré, no vi rastro de nada… ni de dromedario, ni de huesos… NADA.
Solo había piedras del desierto negro, mezcladas con arena. Hammada… Y algunas pistas que se entrecruzaban, señal del paso continúo de los 4×4.

Pedí a Moha volver para que me mostrara su hallazgo, así que retrocedimos nuestras rodadas y me llevó al sitio exacto:
– Mira, es ahí – volvió a señalarme el mismo lugar.

¡Juro que no vi nada! pero sí, ahí estaban esas huellas y señales imperceptibles a mis acomodados ojos, que tan claras eran a los suyos.
Cambiamos nuestro rumbo y perseguimos las huellas invisibles hasta el justo lugar donde el dromedario exhaló su último aliento.

Efectivamente ahí estaba el charco de babas y una nueva marca que se perdía varios metros adelante, por donde el dromedario había sido arrastrado, esta vez ya sí, algo mas perceptibles.

 

Intento aprender cada día de ellos, de todos mis amigos de tradición nómada, que hoy día escasean.
Generaciones que posiblemente terminarán extinguiéndose porque la mejoría en sus condiciones de vida les permiten no tener que aprender a defenderse como antes en el árido medio que supone el desierto.
No obstante, siempre es útil saber entender a la naturaleza, leer el medio a través de sus señales y huellas y descifrar los mensajes del desierto, unas veces por curiosidad y otras por supervivencia.

 

 

Un comentario en esta entrada

  1. Fue una de las cosas que me sorprendió más en mi viaje por el desierto con nomadeandoando 😉 Saludos a Alicia!

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